La guerra contra la droga fracasa porque la represión de los mercados no funciona. ¿No se acuerda de las colas de los países comunistas? Si se fija un precio o se prohíbe la producción, el consumo, la entrega de insumos, el comercio o el uso del dinero mal habido, aparecen de inmediato mercados negros, muy eficientes, y los delincuentes ganan fortunas con las que pagan ejércitos de vendedores, financian políticos, compran jueces, banqueros y policías, apoyan guerrilleros. Pueden destruir países, como Colombia, y hasta subcontinentes, como podría ocurrir con Sudamérica.
Si se trata de reducir la drogadicción, se debe convencer a la gente de que no consuma, en el colegio, los hogares y el trabajo. Y a los viciosos se trata de mejorarlos y no de perseguirlos, echándolos de colegios y trabajos o metiéndolos a la cárcel.
No se debe repetir el fracaso de la prohibición. La clandestinidad mata más gente que la droga misma, por la mala calidad, los aditivos, las peleas por abastecerse y por los territorios, los crímenes por dinero, la delación y las malas estadísticas que confunden. Además, la policía, dedicada a las drogas, deja de atender los delitos clásicos, asaltos, robos, asesinatos. ¿No estará pasando esto en Chile?
El dinero estatal, que nos sacan por la fuerza, se desvía a policías, jueces, cárceles, Consejos de Defensa del Estado y especialistas financieros, que tienen que pillar a contables, banqueros, financistas y abogados que de tontos no tienen un pelo. Dicho dinero sería mejor aprovechado en información, prevención, educación, fortalecimiento de la pareja, el Hogar de Cristo o centros de rehabilitación.
En las cárceles chilenas no hay peces gordos lavadores o traficantes. Hay, en cambio, madres pobres que abandonan a los hijos, jóvenes mal educados a quienes se les arruina su vida y, claro, uno que otro delincuente verdadero, de esos que roban y asesinan. Como dice el profesor Peterman, "este chancho está mal pelado".
En vez de copiar el fracaso norteamericano, que por lo demás comienza a revisarse, sería mejor aprender de los holandeses, que han controlado el consumo de drogas duras y bajado el Sida. Los enormes recursos estatales deben dirigirse a la prevención y a la salud. La drogadicción es un tema de salud, privada y pública, y no policial, criminal o de jueces. Los funcionarios de esta guerra no tienen incentivos para ganarla, porque perderían el trabajo, y sólo les convienen ciertos decomisos y algunos presos menores. Son, finalmente, seres humanos, al igual que sus jefes y agentes políticos, que aparecen en la televisión cada vez que logran algo. Ya casi no salen.
¿Por qué el gobierno no explica la lógica de la guerra contra el narcotráfico? No ha reducido el consumo, las mafias y la corrupción crecen y nos sacan más plata, al mismo tiempo que aumentan la burocracia y el crimen tradicional. Sobre la vergüenza moral de que los funcionarios nos digan qué consumir, nos trajinen cuentas corrientes y operaciones comerciales y nos violen la propiedad privada, mejor ni hablar, ya que interesan poco en esta parte del mundo.
Antes de que terminemos todos en la ruina y presos en las cárceles, que ahora habrá que privatizar para que quepamos, sería bueno pensar en la opción humanista de tratar a los enfermos como personas.
Álvaro Bardón
No se debe repetir el fracaso de la prohibición. La clandestinidad mata más gente que la droga misma, por la mala calidad, los aditivos, las peleas por abastecerse y por los territorios, los crímenes por dinero, la delación y las malas estadísticas que confunden. Además, la policía, dedicada a las drogas, deja de atender los delitos clásicos, asaltos, robos, asesinatos. ¿No estará pasando esto en Chile?
El dinero estatal, que nos sacan por la fuerza, se desvía a policías, jueces, cárceles, Consejos de Defensa del Estado y especialistas financieros, que tienen que pillar a contables, banqueros, financistas y abogados que de tontos no tienen un pelo. Dicho dinero sería mejor aprovechado en información, prevención, educación, fortalecimiento de la pareja, el Hogar de Cristo o centros de rehabilitación.
En las cárceles chilenas no hay peces gordos lavadores o traficantes. Hay, en cambio, madres pobres que abandonan a los hijos, jóvenes mal educados a quienes se les arruina su vida y, claro, uno que otro delincuente verdadero, de esos que roban y asesinan. Como dice el profesor Peterman, "este chancho está mal pelado".
En vez de copiar el fracaso norteamericano, que por lo demás comienza a revisarse, sería mejor aprender de los holandeses, que han controlado el consumo de drogas duras y bajado el Sida. Los enormes recursos estatales deben dirigirse a la prevención y a la salud. La drogadicción es un tema de salud, privada y pública, y no policial, criminal o de jueces. Los funcionarios de esta guerra no tienen incentivos para ganarla, porque perderían el trabajo, y sólo les convienen ciertos decomisos y algunos presos menores. Son, finalmente, seres humanos, al igual que sus jefes y agentes políticos, que aparecen en la televisión cada vez que logran algo. Ya casi no salen.
¿Por qué el gobierno no explica la lógica de la guerra contra el narcotráfico? No ha reducido el consumo, las mafias y la corrupción crecen y nos sacan más plata, al mismo tiempo que aumentan la burocracia y el crimen tradicional. Sobre la vergüenza moral de que los funcionarios nos digan qué consumir, nos trajinen cuentas corrientes y operaciones comerciales y nos violen la propiedad privada, mejor ni hablar, ya que interesan poco en esta parte del mundo.
Antes de que terminemos todos en la ruina y presos en las cárceles, que ahora habrá que privatizar para que quepamos, sería bueno pensar en la opción humanista de tratar a los enfermos como personas.
Álvaro Bardón
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