En realidad, la gran reforma universitaria en Chile se hizo hacia 1980, cuando se abrió la educación superior a los privados y la competencia. Hubo un salto importante en lo tecnológico.
La creciente presencia del Estado en la educación explica su mala calidad, los altos costos, su falta de dinamismo y la menor libertad, creatividad e "inteligencia" que se aprecian a diario. Los jóvenes pierden su personalidad y se convierten en entes menos pensantes y más irresponsables, a partir de repetir la equivocada verdad oficial, apartada de la libertad y sometida a la clásica tontería latinoamericana de que el Estado es Dios, por lo que nos debe regular y manejar, ya que todos somos tontos de capirote. Es la tiranía y ruina de Fidel y de Chávez, los ídolos de nuestra izquierda.
Meterle todavía más dinero a la educación, sin reformas liberales ni la eliminación del poder ministerial ni de los intereses corporativos del Colegio de Profesores, es de "latinos", de ésos con los que a nuestros gobernantes les encanta hacer acuerdos comerciales y reunirse en fiestas o "shows" con discursos sin fin.
Es una vergüenza que nuestros educadores, intelectuales, políticos y "progresistas" no protesten por el creciente totalitarismo educacional. A lo Stalin, tenemos programas, pruebas y textos oficiales de corte monopólico, y una formación estandarizada de profesores que aprenden pedagogía y tonterías seudosociales, pero no sus materias. No hay, en la práctica, libre formación ni libre entrada a "la producción de educación", ni menos una política de apertura franca al exterior ni de fomento a la formación en los hogares y familias, modalidad de gran éxito en otros países. Y a los municipios les amarran las manos y los financiamientos.
El Estatuto Docente de Chile es el mayor atentado contra la calidad porque la inamovilidad y los sueldos fijos a todo evento incentivan el ocio y la mala docencia, al igual que los nombramientos políticos de directivos. El colmo parece ser que un buen ingeniero tiene "prohibido" enseñar matemáticas, porque no pasó por los exámenes pedagógicos.
Esta "democracia" totalitaria uniforma universidades, las que, para captar dinero estatal, deben aceptar las pruebas oficiales y acreditaciones en aumento, que limitan la competencia y la calidad, así como la libertad de enseñanza. Ésta tiende a desaparecer, lo que configura una dictadura que se refuerza en estos días con una superintendencia que puede cerrar los establecimientos que no gusten a los gobernantes, entre los cuales estarán en breve los de línea religiosa, pro familia y otros "reaccionarios".
Las dictaduras valóricas y culturales son las peores de todas porque configuran prácticas totalitarias, con independencia de si los gobernantes son o no elegidos. En realidad, la gran reforma universitaria en Chile se hizo hacia 1980, cuando se abrió la educación superior a los privados y la competencia. Se formaron universidades como nunca y la población de estudiantes pasó de unos 100 mil a 600 mil: universidad para todos. Hubo un salto importante en lo tecnológico y la competencia forzó a la Universidad de Chile y a la Universidad Católica a aumentar las matrículas y mejorar la calidad como nunca antes. Se invirtieron en eso varios miles de millones de dólares. ¿Cuánto les costó eso a los ciudadanos y al Estado? ¡Cero!
Ahora, desde 1990, se han malgastado cuatro mil millones de dólares, pero la calidad empeora, excepto en la de nivel superior.
Por eso, ¡no más gasto en la educación, salvo en bonos! Pasemos los colegios a los padres, los profesores y fundaciones. ¡Libertad y competencia, no más totalitarismo!
Meterle todavía más dinero a la educación, sin reformas liberales ni la eliminación del poder ministerial ni de los intereses corporativos del Colegio de Profesores, es de "latinos", de ésos con los que a nuestros gobernantes les encanta hacer acuerdos comerciales y reunirse en fiestas o "shows" con discursos sin fin.
Es una vergüenza que nuestros educadores, intelectuales, políticos y "progresistas" no protesten por el creciente totalitarismo educacional. A lo Stalin, tenemos programas, pruebas y textos oficiales de corte monopólico, y una formación estandarizada de profesores que aprenden pedagogía y tonterías seudosociales, pero no sus materias. No hay, en la práctica, libre formación ni libre entrada a "la producción de educación", ni menos una política de apertura franca al exterior ni de fomento a la formación en los hogares y familias, modalidad de gran éxito en otros países. Y a los municipios les amarran las manos y los financiamientos.
El Estatuto Docente de Chile es el mayor atentado contra la calidad porque la inamovilidad y los sueldos fijos a todo evento incentivan el ocio y la mala docencia, al igual que los nombramientos políticos de directivos. El colmo parece ser que un buen ingeniero tiene "prohibido" enseñar matemáticas, porque no pasó por los exámenes pedagógicos.
Esta "democracia" totalitaria uniforma universidades, las que, para captar dinero estatal, deben aceptar las pruebas oficiales y acreditaciones en aumento, que limitan la competencia y la calidad, así como la libertad de enseñanza. Ésta tiende a desaparecer, lo que configura una dictadura que se refuerza en estos días con una superintendencia que puede cerrar los establecimientos que no gusten a los gobernantes, entre los cuales estarán en breve los de línea religiosa, pro familia y otros "reaccionarios".
Las dictaduras valóricas y culturales son las peores de todas porque configuran prácticas totalitarias, con independencia de si los gobernantes son o no elegidos. En realidad, la gran reforma universitaria en Chile se hizo hacia 1980, cuando se abrió la educación superior a los privados y la competencia. Se formaron universidades como nunca y la población de estudiantes pasó de unos 100 mil a 600 mil: universidad para todos. Hubo un salto importante en lo tecnológico y la competencia forzó a la Universidad de Chile y a la Universidad Católica a aumentar las matrículas y mejorar la calidad como nunca antes. Se invirtieron en eso varios miles de millones de dólares. ¿Cuánto les costó eso a los ciudadanos y al Estado? ¡Cero!
Ahora, desde 1990, se han malgastado cuatro mil millones de dólares, pero la calidad empeora, excepto en la de nivel superior.
Por eso, ¡no más gasto en la educación, salvo en bonos! Pasemos los colegios a los padres, los profesores y fundaciones. ¡Libertad y competencia, no más totalitarismo!